Regrese de aquella Isla de centro américa, donde solo mi cuerpo había padecido algún síntoma de descanso, mientras que mi mente jamás pudo tomarse aunque sea un leve alivio… me fui dos semanas y hacia un mes que no tenía noticia de ella… supongo que ella tampoco de mí. Deje mi pequeña maleta en la puerta y salí corriendo la casa a donde ella se había mudado. Luego de un par de horas y después de tomarme varios autobuses estoy frente a su puerta intentando pedir socorro a mi miserable vivir. Los pies no respondían mis manos estaban atadas a mi cuerpo, latía mi corazón con un susto desesperado. La puerta se abre y mi ser presa en la inmovilidad más perfecta desaparece inmediatamente. Me mira y parece que ella sufre igual que yo… su mirada no es la misma y de pronto solo escucho llanto, la abrazo y mi mente encontró el necesitado alivio que había naufragado hace un mes y quince días.
En ese abrazo descubrí mi fracaso como compañero, como novio, como amante, como la persona ideal para ella. De pronto alguien se acercó, arrebatándomela de mi débil ilusión espontanea. Descubrí el engaño de aquel silencio de cuarenta y cinco días que no sabía nada de ella.
La lluvia comenzó a caer y aquel prodigioso diluvio disimulaba mi torrente de lagrimas y mis gemidos entre los truenos y relámpagos. Aproveche para decirle cuanto sentía no haberla valorado y que si mi pecado era mayor el de ella era peor. Mientras caminaba a mi casa, aquella lluvia me envolvía de nostalgia y en ese momento entendía porque mi maleta era pequeña y no me faltaba nada.
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