Aquel día de verano del drástico año pasado, el oportuno viaje a mi descanso merecido, el relajamiento espiritual de mis cansadas virtudes laboriosas había llegado. Partí un domingo callado, de ruidosas voces vecinas, de risas juveniles estruendosas. Acomode mi única maleta en aquel taxi amarillo y rumbo al aeropuerto pensaba que me faltaba llevar, si me había despedido de alguien. Mis vecinos escaparon antes que yo a algún lado de la ciudad y los jóvenes también estaban ausentes y entonces… ¿De quién no me despedí? De ella si hace un mes que nos peleamos… ¿Le importaría que fuera sin decirle a dónde? Y pienso que no…
De repente el bocinazo del auto me cae en la realidad de nuevo… me bajo y recojo mi única maleta pequeña…tan pequeña que la abro para ver si me había olvidado el pasaporte, que en mis bolsillos no cabían, si me faltaba esa foto preferida que me daba fuerza cuando me sentía deprimido y la locura me envolvía, si llevaba el libro del aquel poema que a ella le gustaba. Si estaba todo en orden, pero era una maleta pequeña y no me faltaba nada.
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